El PIB español ha registrado en el último trimestre una caída sin precedentes en nuestra Historia Contemporánea del 18,5%. Son datos únicamente comparables con el colapso económico que produjo la Guerra Civil. Es el peor dato de Europa, aunque el conjunto continental tampoco resulta halagüeño: la Unión Europea ha recibido un golpe en su PIB del 12,1% de media.
Ya el primer trimestre, con solo medio mes de afectación de la pandemia por coronavirus, la economía española se había dejado el 5,2% de su PIB, frente al 3,6% de la Eurozona. Los parámetros económicos establecen que ya podemos hablar de recesión, pues un trimestre de bajada se considera coyuntural, pero dos consecutivos, recesión. En España, la variación anual del PIB a junio es catastrófica, pues nuestro país ha perdido casi una cuarta parte de su riqueza: 22,1%.
Esto ocurre en un contexto internacional de debacle económica generalizada, con la gran potencia mundial, Estados Unidos, rememorando el Crack del 29 con una bajada del 9,5% de su PIB. Ya son muchos los efectos sociolaborales que se están observando, pero los efectos reales son aún impredecibles.
Derrumbe del sector turístico
Todos los sectores están padeciendo en mayor o menor medida las consecuencias de la parálisis económica y de las medidas de seguridad imprescindibles para hacer frente a la pandemia. Pero hay un sector, la línea de flotación de la economía española, que está sufriendo especialmente el golpe del coronavirus: el turismo.
El INE publica hoy los datos de turistas extranjeros que vinieron a España en junio. Era el primer mes, desde el inicio del estado de alarma, en el que nuestras fronteras volvían a estar abiertas. Aunque solo fueron unos días y con apertura paulatina según los países, el indicador de turistas extranjeros es desolador: las entradas a España cayeron en un 97,7% y el gasto que los turistas hicieron en nuestro país, un 98,6%. Las visitas desde Francia son las que menos han caído y supusieron la llegada de uno de cada tres turistas internacionales a España.
Los datos de julio, con todo el mes con las fronteras abiertas y el transporte aéreo funcionando a un mayor rendimiento, no parece sin embargo que ofrecerá unas cifras más esperanzadoras. Las diferentes restricciones impuestas por países que aportan una buena parte de nuestros turistas anuales se dejarán notar sin lugar a duda en la próxima estadística.
¿Cambio de modelo productivo acelerado por el covid-19?
Más allá del drama sanitario que ha supuesto el coronavirus, la pandemia también ha supuesto una bofetada de realidad para el modelo productivo de saldo y facilón que durante años ha sacado las castañas del fuego en España.
“Los cambios no se han hecho progresivamente, no se ha apostado por reforzar otros sectores a pesar de los avisos de que el adelgazamiento del peso industrial y tecnológico iba a acabar pasando factura. Ahora a España no le queda otro remedio. Más allá de lo injusto o no de las decisiones de países con situaciones sanitarias y medidas de seguridad iguales o peores a la nuestra, esos países son libres de eso, de tomar sus decisiones. España hace mucho tiempo que debería haber reforzado su economía para que no dependiera de terceros y de sus actuaciones arbitrarias. Ha bastado una simple recomendación fuera de nuestras fronteras para evidenciar que no tenemos soberanía económica ni productiva”, alerta Joaquín Pérez, secretario general de USO.
La caída sin freno de la llegada de extranjeros no solo se notará en el gasto de los turistas, sino en el otro sector comodín: la construcción. Es previsible que la inversión en segundas residencias, especialmente en el sur de España, se contraiga o se desmorone en los próximos meses y, con ello, se paralice la nueva obra por falta de mercado.
“Ya se han construido dos recuperaciones económicas sobre los débiles cimientos del sol y la playa. No podemos permitirnos tropezar tres veces con la misma piedra: es el momento de una economía industrial, tecnológica, de investigación y con un turismo reforzado con cultura y desarrollo sostenible”, pide Pérez.
Transición justa también en el turismo
Hablar de transición justa no es solo hablar de una transición energética o una transición ecológica. Una transición justa es aplicar a todo cambio traumático medidas que amortigüen el golpe para los más débiles. Una transición justa en el turismo implica dejar nuestra dependencia económica del sector sin que sus trabajadores, ya de por sí precarizados y estacionales, se queden en la estacada.
“En USO, hemos defendido que los ERTE en condiciones excepcionales deben continuar hasta el 31 de diciembre. Y, sobre todo, en sectores que se vean especialmente golpeados. Hay que dar opción a que empresas y trabajadores se recuperen, pero, sobre todo, hay que promover incentivos para que se reinventen. Si en el caso del turismo y sus actividades asociadas hay empresas que no ven posibilidad de recuperación inmediata y deciden cambiar su actividad principal manteniendo empleos, deben conservar las ayudas. Poniendo un ejemplo práctico: si los dueños de un bar a pie de playa deciden cerrar ese negocio y reabrirlo a 15 kilómetros orientado a otro tipo de público pero conservando su personal, deben seguir contando con las ayudas de los ERTE a pesar de que el negocio inicial sí cierre por insostenible”, explica el secretario general de USO.
Pero, sobre todo, “hay que potenciar el cambio de sector en las zonas especialmente dependientes del turismo. Muchos jóvenes que hoy trabajan en la hostelería por falta de oportunidades están sobradamente formados para emprender en negocios tecnológicos o en un turismo de mayor valor añadido, que promueva la cultura y el disfrute sostenible de la naturaleza. Un turismo que sí marque la diferencia con otra oferta internacional y que no sea fácilmente intercambiable. España es el tercer país del mundo con más patrimonio cultural declarado, eso no es sustituible por otra playa con sol”, se reafirma Joaquín Pérez.
Digitalización, teletrabajo, acceso a vivienda y España Vaciada
Los efectos de la pandemia van a notarse igualmente en la manera de organizar el trabajo. Hay que aprovechar las lecciones del coronavirus también para diversificar las modalidades de trabajo y entrar de lleno en un teletrabajo efectivo y con garantías, pues son muchas las ventajas que puede ofrecer.
“La digitalización es el presente, no el futuro, y la pandemia nos ha pillado en pañales. Ha demostrado nuestras carencias tecnológicas por la falta de atención a la investigación, con una inversión ínfima y el maltrato continuado a las condiciones laborales de nuestros investigadores. Pero, además, ha evidenciado la nulidad de la formación para el empleo. Una formación para el empleo que solo ha servido durante años para perpetuar las prebendas a las dos organizaciones sindicales mayoritarias y a la patronal, al permitir que gestionen un dinero público que no debería salir del control de las administraciones. Una formación para el empleo que no ha recualificado a personas en el filo de la marginación laboral por carecer de competencias tecnológicas”, abunda el secretario general de USO.
Ahí una de las grandes dificultades de la implantación exprés del teletrabajo, que, sin embargo, debería ser una vía de inclusión laboral para una generación perdedora en dos crisis: la juventud. “Los jóvenes, en su mayoría, están dotados de forma innata para incorporarse a trabajos digitalizados. La progresiva adaptación al teletrabajo puede, además, aliviar la presión demográfica sobre los grandes núcleos de población y permitir que trabajen en sus lugares de origen o donde consideren que pueden iniciar su vida de emancipados. Poder trabajar fuera de las grandes ciudades comporta un mejor acceso a la vivienda, un derecho que hoy por hoy es prohibitivo para la juventud, a la vez que supone una oportunidad para revitalizar grandes áreas vaciadas de población por no generar puestos de trabajo atractivos”, expone Joaquín Pérez.